lunes, 17 de noviembre de 2008

Despabílate amor




Bonjour buon giorno guten morgen,
despabílate amor y toma nota,
sólo en el tercer mundo
mueren cuarenta mil niños por día,
en el plácido cielo despejado
flotan los bombarderos y los buitres,
cuatro millones tienen sida
la codicia depila la amazonia.



Buenos días good morning despabílate,
en los ordenadores de la abuela ONU
no caben más cadáveres de Ruanda
los fundamentalistas degüellan a
extranjeros,
predica el papa contra los condones,
Havelange estrangula a Maradona



bonjour monsieur le maire
forza Italia buon giorno
guten morgen ernst junger
opus dei buenos días
good morning Hiroshima,




despabílate amor
que el horror amanece.

sábado, 15 de noviembre de 2008

... Esa palabra...

Está bien... Tengo ganas de llorar desconsoladamente y dormirme en tu hombro invisible cansada de tanta respiración entrecortada, de tantos jadeos en el núcleo de mi alma. Siempre que te llamo venís, no tengo más que extender mi mano para que me acompañes a mi cama y te quedes ahí como un santo católico (prolijamente bueno) velando el surgimiento de mi inconsciencia en pleno mundo.



Te mojé con mis lágrimas y con mis orgasmos. Fuiste el primer hombre y tenés una resistencia magnífica a quedarte para ser el último. Me hacés el amor con tanta suavidad que no siento siquiera la penetración que se abre en mi cuerpo, pero si siento las alas que se explayan más allá de mi alma. Tenés las manos justas, precisas y perfectas, para poner las letras en mis agujeros, para llenarme hasta el más chico poro vaciándome de todo contenido pasajero como pelusas que viajando desde una nebulosa se me acostaron a dormir en medio cuerpo y sapos que quieren besos para ser lo que jamás serán.



Y yo... No quiero que te vayas. No, no quiero, aunque, a veces, me quiebres y me mates para verme resurgir. Aunque te gustan las vueltas y los juegos histéricos, aunque peleemos y siempre estés saliendo de mi vida para, y solamente para, después venir y desnudarme sin tacto, sin siquiera un soplido. Te acepto así, compartido y muerto, quebradizo e imperfecto, lejos y frió... Te acepto porque en esa aceptación me encuentro a mi.



Te edifico como el dueño de mis propias verdades que no puedo decir... Y cómo lo hacés? Cómo podés (Has podido, has podido... Tengo que hablar en pasado perfecto)? Tus descripciones de mi núcleo y las palabras que bordean mi existencia son la excusa para llevarte en mi centímetro de piel más tibio y guardar tus libros (tesoros) en mi biblioteca llena de tus perfumes y acompañada con tu soledad; las tapas cansadas que dejan leer tu nombre como una puerta del verdadero mundo... Y mis suspiros que empiezan con C porque te están llamando, Cortazar...





viernes, 7 de noviembre de 2008

(Perder)

El siguiente libro que estaba en mi lista era El Hotel New Hampshire, de John Irving, un libro que también ya había leído. Nuevamente dudé, aunque menos, acerca de si debía volver a leerlo, o saltearlo y entregarme a alguna novedad. No tenía fuerza para tomar decisiones, así que seguí el cronograma como si fuera la receta de un médico experto.

Apenas leí las primeras dos páginas entré en un estado de pánico que no me permitió ni siquiera llorar. No tenía aire para llorar. Por un momento creí que estaba sufriendo un ataque cardíaco, pero iba a averiguar muy pronto que morir nunca es tan fácil. Recordé de pronto que en este libro se moría un niño, un niño de la edad del mio, también en un accidente. Claro que el niño del libro, Egg, moría en un accidente de avión, y el mío había muerto en la ruta, y, diferencia fundamental, su madre había muerto con él. Y yo seguía viva.

Después de un primer tiempo durante el cual trate de explicarme el accidente, de buscar en mis recuerdos alguna explicación, alguna pista que me permitiera entender la fatalidad, dejé abruptamente de referirme a él. Al principio lo contaba una y otra vez. Lo contaba a quienes venían a verme en el hospital, lo contaba a las enfermeras, me lo contaba a mí misma cuando por fin me quedaba sola. Siempre que llegaba a la parte en que mi hijo gritaba "mami mami mami mami", entraba en una crisis de llanto que requería la administración de un barbitúrico para calmarme. Ahora, mientras recorría las páginas de este libro, experimentaba una suerte de pensamiento doble. Por un lado, las palabras que leía caminaban su camino a un ritmo relativamente rápido y, por el otro, las imágenes del accidente pasaban con una lentitud lacerante. No podía hacer nada para evitarlo y llegué a pensar que mi método de leer para abstraerme de mi dolor estaba fallando. Sin embargo era la primera vez que podía recordar sin caer en el profundo pozo de la impotencia o, para ser más precisa, por primera vez el recuerdo podía pasar através de mí. Algo como un dejo de resignación empezaba a asomar. Como si viera un film con el objeto de analizar las razones, o los errores. Como si fuera un agente de la compañia de seguros que quisiera verificar si la responsabilidad habría sido del conductor o de la máquina, veía pasar las imágenes en mi mente. El truco parecía estar, según descubrí, en no dejar de leer.